«Nuestra gente»: Carlos (Segunda Parte)

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Algo muy importante que Carlos ha aprendido en Rozen es a tomar decisiones con los recursos que se tienen: de allí nace la verdadera creatividad. Hay que calcular los pros y contras, concebir las piezas ya ensambladas, proyectarlas en la imaginación. Con ayuda de los patrones y moldes, trata de no desperdiciar material; todas las telas tiene que contar con un riguroso control de calidad. El cortado tiene que ser preciso, sin titubeos: eso es lo más difícil.

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Carlos también es un ejemplo de tesón y lucha diaria: vive en Ciudad Azteca, en el Estado de México, por lo que tiene que viajar diariamente en tres microbuses para llegar a su trabajo, haciendo entre hora y media y dos horas de camino. Es el tipo de personas que acepta un pequeño sacrificio en pos de un bien mayor. Un hombre honrado, bonachón, notablemente sereno.

Una situación muy curiosa, es que ha tenido que aprender a trabajar con música, ¡pero a gran escala! ¿Cómo es esto? Bueno: su taller se encuentra localizado a muy poca distancia del Foro Sol, la meca de los espectáculos masivos en la Ciudad de México. Desde las grandes ventanas del área de corte en Rozen, se puede ver la inconfundible cúpula geodésica del Palacio de los Deportes. Con frecuencia puede escuchar los rugidos de los motores de los autos de competencia, provenientes del Autódromo Hermanos Rodríguez ¡Cuántas anécdotas podría contarnos!

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No hace falta mucha perspicacia para darse cuenta de que Carlos se siente muy a gusto trabajando en Rozen. “Se me quiere y se me respeta, eso es lo bueno” –nos comenta. Ha logrado crear su propio ambiente: un lugar tranquilo, sin problemas. Es un orgullo para la empresa, y, como tal, un elemento invaluable en nuestro plantel. Ha estado con nosotros por más de treinta años… ¡que sean treinta más!

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